El juego y sus reglas

Hay animales particularmente coloridos que llevan su apariencia como una amenaza: ni te acerqués, que te mato. A este orden de animales pertenece la realidad de UTOPIA: toda hecha de colores psicodélicos y texturas seductoras (la fotografía de la serie es un triunfo) que no esconde, sino que anuncia la enfermedad que la devora y la construye. Este episodio abre de la misma manera que el anterior: con una dosis de violencia insensata en un escenario irreal de tan límpido, de tan cotidiano. A un hombre que cargaba la segunda parte del cómic, (¿se trata de una copia? ¿Cómo la consiguió?) un camión lo reduce a dos plastas sangrientas en una calle rodeada de verde y tranquilidad. Y hay que mencionar que antes de su muerte ha echado algo en un buzón tras encontrarse con un vagabundo.

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Un hombre.

En este momento no tenemos más que dudas. ¿Qué significa para el mundo la segunda parte del cómic? ¿De qué va, más específicamente, la primera parte del cómic? ¿Qué tiene que ver en eso el sicario gordito que pregunta siempre lo mismo? ¿Y los rusos, de quienes solo nos llegan rumores? ¿En qué se han metido los fans de la novela gráfica? ¿Quién putas es Jessica Hyde? ¿Y dónde está?

Bueno, ella es esa flaca de ojos muertos, como poseídos por el mismo LSD que empapa ese mundo de pesadilla, que ha tocado a la puerta de la banda de los ahora prófugos para explicarles bien el juego y sus reglas. Su llegada es providencial tanto para ellos, los personajes, como para nosotros, los espectadores. Con este episodio, UTOPIA evita el pecado que mancha muchas otras series así de ambiciosas y desaforadas: el de tener una trama tan grande que no cabe en los episodios. Con Jessica Hyde vamos a conocer el terreno y a aprender a sobrevivir en él, o de lo contrario moriremos.

Reconstruyamos. Ante la inminencia del fin del mundo en la Guerra Fría, surge una sociedad secreta todopoderosa, más allá de toda ley, jamás sujetada a cualquier control: la Red (The Network). Ajá. Ahí trabajó Mark Dane antes de llamarse Mark Dane, cuando todavía era científico conduciendo experimentos seguramente horrendos junto con su socio, el Señor Conejo. Un nombre para no olvidar. Luego Dale quiere salirse y se vuelve loco o lo vuelven loco y termina en el manicomio, donde crea UTOPIA, que bien puede ser una representación alucinada de su trabajo con la Red. Muy bien. Su hija, Jessica Hyde, es secuestrada por la Red, de la que logra escapar siendo aún muy joven. Desde ese día vive en perpetua fuga. ¿Y eso qué tiene que ver con Becky et al? Al parecer es la Red la que los está persiguiendo. Bienvenidos al juego, cabrones. ¿Pero por qué? ¿Qué le deben este montón de inocentes a la Red? Buena pregunta. Ya lo descubriremos, pero ahora la prioridad es aprender a jugar.

Jessica Hyde se los dice con absoluta claridad: adáptense o mueran. No hay vuelta atrás. Podemos explicar esto con un planteamiento medio bíblico: Becky, Wilson Wilson, Ian (y Grant, por su lado) han muerto para siempre al mundo, a la ley y a las convenciones éticas que gobiernan de alguna manera la realidad; pero han sido resucitados y viven en el poder ilimitado y amoral de la Red. La paradoja es que el mismo poder en el que ahora viven es el que busca destruirlos, y para sobrevivir deben cometer lo que en su anterior vida serían crímenes. Son libres de actuar como sea contra el poder gracias al poder mismo. Matar a uno o a mil serán pasos necesarios para jugar. ¿Pero qué está en juego? De seguro no será el desmantelamiento de la Red, cuya amplitud apenas intuimos. No. El único triunfo posible, al menos por el momento, es sobrevivir a esa vida nueva a la que han resucitado. Y por eso no pueden dejar de ganar.

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Muertos a la ley. Resucitados al poder.

Una prueba: Mientras nos enteramos de todo esto, Jessica Hyde ha hecho que los prófugos huyan de su escondite, roben el carro de una vecina, asalten una tienda de ropa, compren heroína para aliviar el dolor de Wilson Wilson y allanen una casa cuyos inquilinos están de vacaciones. Pero parece que ninguno quiere o puede adaptarse: Ian es demasiado noble, que en esta vida nueva también significa estúpido; Becky no piensa renunciar a su vida por más que insista en ello la loca de mirada perdida que pretende salvarles la vida; Wilson Wilson, prácticamente cegado, necesita de sus compañeros para continuar jugando. Pobres ineptos, mientras no acaten las reglas del juego serán carne de cañón, siervos de la muerte.

Y hay más ineptos. Pensemos en Dugdale, el funcionario temblón que ahora está al servicio de Corvadt, una farmacéutica rusa. El imbécil no entiende nada del juego –que para él es misión- y no tiene una Jessica Hyde que le lea las reglas. ¿Qué tiene que ver con Corvadt la puta rusa a quien ha embarazado? ¿Ha comenzado Corvadt una epidemia de gripe rusa en Inglaterra después de haber vendido la vacuna? ¿Por qué hay infiltrados de los rusos en todas partes? ¿De dónde han sacado tanto poder? ¿Qué hace él en medio de todo eso? ¿Por qué su esposa no puede concebir? Ni idea. Él solo sabe perder la mirada y cambiar de opinión en cada escena. Que compren la vacuna de Corvadt. Que revoquen el contrato. Que quería matarse. Que ya no. Y la única luz que lo alumbra es incierta: un periodista le anuncia que su vida corre peligro y que las cosas van a ponerse locas. Y poco después, el periodista es ejecutado.

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Pero resulta que hay alguien, una pieza clave, que por su propia cuenta está aprendiendo a jugar y no le va tan mal. Es decir, sí, le va muy mal, pero le podría ir peor. Y ese es Grant. No sólo ha burlado al asesino gordito de las pasas (sólo los peores villanos comen pasas): ha aceptado que no puede regresar ni a su casa ni a la escuela y que no tiene a nadie a quien acudir. Bueno. Se va al el basurero. Pero conserva el Santo Grial por el que le han raspado los ojos a Wilson Wilson, destrozado a Bejan y arruinado la vida a todos los demás: la segunda parte de UTOPIA.

Y la deja ir.

Se la da a una niña bien de colegio privado que no se deja intimidar por su matonería y le ofrece compañía. Grant incluso logra quedarse a dormir en el cuarto de su nueva amiga (después de entrar en la casa a escondidas). Entendamos que Grant es, después de todo, un niño abandonado cuya esperanza entera estaba cifrada en una cuenta falsa en un foro de Utopia. Darle todo lo que tiene a quien le asistió en la necesidad ya cobra más sentido. Pero Grant ahora es un jugador más, es otro resucitado por el poder, y la serie nos ha enseñado a no fiarnos de nadie, ni siquiera de una niña bien de colegio privado. Si su jugada fue una metida de pata lo descubriremos más tarde. Ahora Grant irá a reunirse con los prófugos, quienes han logrado ponerse en contacto con él.

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Regresemos con los prófugos. Ante la cólera de Becky, Jessica toma a Ian y juntos se marchan a la casa del publicador de UTOPIA. ¿Recuerdan al cabrón que ahora es dos plastas sangrientas en la calle? Bueno, es él. O era. El caso es que Jessica e Ian van a su casa y los recibe una mujer que dice ser su viuda y que resulta ser una agente de la CIA. Jessica le abre la cabeza, la reanima, la ata a una silla y la amenaza con electrocutarla si no suelta la sopa. Y la suelta: al difunto lo investigaban, pero cuando lo encontraron estaba loco. Decía cosas raras sobre un vagabundo. Momento. ¿Un vagabundo o El Vagabundo? No sabe. Quizás la electricidad le refresque la memoria. NO. El Vagabundo. Era El Vagabundo. Ian se caga en los pantalones mientras Jessica se encarga del interrogatorio con su planicie emocional de costumbre. La sesión de tortura termina y la pareja se va. Luego llega el gordito de las pasas, a quien la agente de la CIA, aún atada, parece reconocer como un superior, y la mata.

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Ahora van a buscar al Vagabundo. Él también trabajaba para la Red, pero logró escapar y vive como Jessica, huyendo siempre. Sabe muchas cosas. Y lo encuentran. Lo acorralan en un baño público y él les revela que la Red está buscando desesperadamente la segunda parte de UTOPIA. ¿Para qué? Aún no sabe. Les recomienda que busquen a una tal Milner. Otro nombre para recordar. Ian, que ya ha tenido suficiente, sale del baño y Jessica se queda con el Vagabundo, a quien estrangula.

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Para mientras, en la casa, regresan los dueños mientras Becky se ducha. Pero entonces algo hace clic en ella y encañona a la familia y finge que todo es un robo. Muy bien, Becky. Ya te vas adaptando. Incluso Jessica, cuando regresa con Ian, lo admite. El reencuentro de los prófugos es breve. Becky y Wilson Wilson van a encontrarse con Grant, a quien nunca habrían imaginado como un niño cuyo primer gesto con ellos es correr a abrazar a Becky. Los jugadores ya están juntos en esa incierta vida nueva.

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Y la intriga final de este capítulo es la de la llamada de Becky en una cabina pública. ¿Es esta cabrona una traidora? ¿Para quién trabaja? Gravitan en nosotros estas preguntas mientras en la pantalla el gordito de las pasas acaba con la familia de la casa allanada. El suspiro del gas escapando de la lata bien podría ser el nuestro.

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Texto por Pedro Romero Irula

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